Por Salvador Ricardo
En la Galería de la antigua estación del tren de Puerto Colombia, muy cerca de Barranquilla y del Mar Caribe, se encuentra colgada una muy curiosa y original exposición de pintura y de escultura de madera náufraga (madera que quizás navegó por siglos en el mar hasta encallar).
Las pinturas de exquisita elaboración y trazos maestros se hicieron sobre cartón, que en nuestros días es un material de embalaje, de reciclaje y que a algunos asombra por la belleza del trabajo y la desconocida humildad del soporte.
Lo que me parece aún más curioso, es que hace poco estuve recordando que hace exactamente 500 años y en la Italia del renacimiento, donde los artistas llenaron de estupor a todos los espectadores de su tiempo y a los de los siglos venideros por la cantidad y la exuberante calidad y belleza de los trabajos artísticos, los artistas elaboraban sus obras maestras sobre cartones, para ser copiados a los grandes y famosos frescos, a los lienzos y a los tapices.
Hoy en día los pocos cartones que han quedado para la posteridad son el bien más preciado de las galerias más famosas y los museos más grandes del mundo. Sólo recordar, con cuanta nostalgia los doctos y sabios añoran encontrar los cartones de la Capilla Sixtina, sobre los cuales Miguel Ángel Buonarroti diseñó los hermosos gigantes, ángeles, profetas y madonas que lucen los muros y el techo de la capilla y sueñan con encontrar los valiosos cartones donde Leonardo da Vinci dibujó y elaboró los bocetos de la batalla de Anghiari y el cartón de su rival Miguel Ángel hizo los suyos para el fresco de la Batalla de Cascina en el mismo recinto del Palazzo de la Signoria de Florencia del renacimiento.
Son sólo sueños, pero hoy contamos con un excelente artista, que de manera simultánea y en conexión con los siglos inmemoriales de la grandeza en el arte, ha recogido cartones de embalaje que todos hemos arrojado a la basura para acariciar con el pincel maestro e iluminar este humilde, pero noble material injustamente desdeñado no obstante sus abolengos inmemoriales y comprobados para enaltecer la historia de Puerto Colombia y del Arte.
Algunos rostros de mirada estupefacta nos observan desde la eternidad del cerebro creativo de Osvaldo Cantillo, a quien conociéndolo tal como lo conozco, estoy casi seguro que no los ha copiado de ningún rostro vivo ni muerto, vienen de adentro, pero parecen más vivos e impávidos que nosotros los vivos, que observamos las paredes llenas de cartón pintado.
Hay un rostro de color rojo como la sangre con una mano imaginada tapándose la boca. Ese rostro enmudecido por la sombra que se avalanza, es el sublime pero dramático e implacable autoretrato de todos los seres humanos, del presente, repito, el autorretrato de toda la humanidad presente.
Todos nosotros que nos acercamos sin desearlo, con impotencia y asombro hacia el avance inevitable de la obscuridad.
(Para todos aquellos que quieran ver la exposición, deben ir antes del 4 de marzo a la Estación del Ferrocarril de Puerto Colombia, Atlántico).